11/10/10

Era navidad cuando la conocí, sus gritos y sollozos se escuchaban en todo el barrio, por una hora la oí antes de salir a la calle a buscarle, me preguntaba por que nadie más lo había notado, o será que simplemente no les importa.

Aquel frío característico de la época resulta confortable cuando uno está en el hogar rodeado de la familia y amigos, pero es mortal para el que vive la celebración en la soledad de la calle.

Escuché con atención para descifrar de donde venían los tristes sonidos de la crueldad y el desinterés, entre luces parpadeantes y los ladridos de otros que parecía le contestaban en su clamor, pero no podían ir a su rescate.

Al fin llegué al origen de los lamentos, estaba ahí, sola y asustada, atrapada en las bellas luces de navidad, que se habían convertido en su trampa mortal, sus cuatro patitas parecían enredarse en cuanto más luchaba.

El portón de la casa no me permitía llegar a ella y liberarla, toqué el timbre de la residencia, una y otra vez, ella me veía con ojos de temor, nadie respondía.

Llamé como es tradición, “upe”, pero nada. Mientras esperaba respuesta intentaba calmarla, su intento de liberarse podía provocar que se ahorcara, pero seguía llorando.

Después de una larga espera resultaba que sí había alguien adentro de la casa, les indiqué sobre la perrita que estaba en su patio de enfrente clamando por ayuda, por dentro no podía creer que apagaran sus oídos ante tales sonidos de dolor.

Tras un intercambio en el cual me señalaron que si esto se volvía a presentar dejarían al animalito morir, no me quedó duda alguna de la frialdad de los seres humanos, la incapacidad de sentir compasión por el menos afortunado y por procurar el bien a todas las formas vivas.

Les dije que me la dieran , era pequeña y temblaba, se le notaban las costillas, nunca la había visto pero la amé desde ese momento, con sus ojos grandes y cautivos, que no tienen maldad aún cuando no ha conocido el amor.

Estaba enferma, ya tenía otras dos perras en mi casa, pero nunca podría tirar a un animal a la calle para que se rife a la suerte. Le mentí a mi papá, “sólo la vamos a mejorar y luego le buscamos un hogar”.

Lola, así le puso mi mamá, le pareció simpático puesto que mi hermano tenía un perro llamado Paco, la idea de llamarlos cuando estuvieran juntos como aquel libro de Emma Gamboa, fue suficiente para que se le nombrara así.

Mi cariño hacia la perrita no tiene condiciones, mi trabajo y mi decisión es cuidarla sin importar lo que ella haga, es darle amor y una familia, como la que mis padres siempre de dieron.

Cuando se acercan las fechas de la navidad recuerdo aquel día de diciembre; mientras Lola arruina el sofá, se orina en mi cama, se come mi tarea y acaba con los muebles, la miro con los mismos ojos de aquella noche.